Estéril con sus manos, habilidoso con los pies y rebelde por naturaleza, el pequeño Robin tenía algo claro: no iba a dedicarse al arte. Su madre pintora y su padre escultor le habían creado un mundo de acuarelas, un universo de belleza que el chico travieso destrozaba con pelotazos. Sus hermanas Lilly y Kiki armonizaban con el mandato familiar, pero el niño rompía pinceles, tanto como redes: su verdadero mundo era el área. El área rival. "Soy un perfecto inútil con mis manos. Creo que puedo ser feliz con mis pies". La frase resultó una bofetada en la cena familiar, pero si algo tenía el desgarbado personaje era un cerebro de acero. Con el tiempo, Robin van Persie llegó a decir: "El fútbol puede ser un arte". Lo ha logrado: sus goles, aunque sin trofeos ni vueltas olímpicas, representan algo así como una obra de arte. Escultura de artillero fino, elegante, de látigos impredecibles y repentinos.
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