Iban a ser cuatro años, fueron cuatro días. Aunque formalmente el mandato de Joseph Blatter en la FIFA se extinguirá dentro de varios meses, el fin de su largo ciclo ocurrió ayer. Fue sorpresivo, y a la vez no lo fue. Sorpresivo, porque era imposible que un anuncio de tal magnitud, su decisión de dejar el cargo, no conllevara un impacto inmenso, y mucho más después de una reelección tan reciente; esperable, porque el curso de los hechos desde el miércoles pasado permitía prever sacudones a toda escala. El viernes, tras el congreso que lo habilitó para un quinto período como presidente, Blatter desplegó todas sus habilidades expresivas por mostrarse fuerte y optimista en medio de un escándalo; en los días sucesivos, la presión global masiva lo obligó a tirar la toalla. Lo hizo ayer.
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